Gabinete de Arqueología, Oficina del Historiador de La Habana, Cuba
La Flauta de Arroyo del Palo |
“El joven flautista había muerto. Junto a su cadáver depositaron, entre lágrimas, su preciado instrumento, una pequeña flauta de hueso. Previamente quebraron el aerófono, para que nadie volviera a tocar aquel bien tan valioso al ejecutante, para que su espíritu, y el de la flauta, coexistieran en paz más allá de la vida terrena. Allí, al abrigo de la solapa descansaría eternamente la fracción material de los compañeros, y en la dimensión espiritual, sus almas continuarían la amistosa relación.
En vida, la flauta había sido una amiga inseparable, compartiendo ceremonias, penas y soledades. Los limitados sonidos de aquel instrumento le llevaban en espíritu a lugares insospechados.
La historia común había comenzado a las orillas de una laguna costera, donde el adolescente cazaba junto a los hombres de la tribu. Esta laguna estaba situada al borde de la actual bahía de Nipe, unos 12 km al noroeste de su aldea. Allí se encontró con el cuerpo exánime de aquella gran ave, el pelícano, al cual pidió con respeto el hueso de una de sus alas. Lo preparó cuidadosamente, con cortes en ambos extremos, la perforación de dos orificios para los dedos y el pulido final. Ya lista, la colocó suavemente entre sus labios y sopló, a la vez que modulaba con los dedos la salida del aire. Entonces, la tenue voz del espíritu que habitaba en ella se expresó a través del sonido musical, fusionándose soplo y sonido en una voz común.
Juntos vivieron muchas aventuras, pues el adolescente nunca se separaba de ella, a veces viajaba colgada a su cuello mediante una cuerda, y otras, descansaba dentro de un bolsillo de piel de jutía. Ella y el eran uno”.
Esta recreación poética parte de un hecho verídico. En la década de 1960, miembros del grupo de aficionados a la arqueología Mayarí hallaron la flauta junto al cadáver de un adolescente masculino aborigen, en el sitio arqueológico Arroyo del Palo, en el municipio Banes, provincia de Holguín. Este hallazgo se produjo cuando revisaban una oquedad que se abría en la pared del abrigo rocoso, a nivel del suelo. Este descubrimiento fue relevante, ya que los instrumentos musicales son raros en contextos arqueológicos de la Cuba prehispánica. Aerófonos de diversos tipos se han hallado, entre ellos flautas elaboradas de huesos humanos y de roedores. Fabricada a partir de un hueso de ave, solo se conoce el ejemplar de Arroyo del Palo, pieza que se exhibe actualmente en la sala expositiva del Instituto Cubano de Antropología (ICAN), sito en calle Amargura entre Habana y Aguiar, en La Habana Vieja.
El sitio Arroyo del Palo fue habitado por aborígenes recolectores, cazadores y pescadores, artífices de una cerámica de factura simple y que practicaban, además, una agricultura incipiente, incluyendo, quizás, especies de plantas similares a las identificadas en el sitio homologo Canimar Abajo, costa norte de Matanzas. Estas eran, boniato (Ipomoea batatas), yuquilla de ratón (Zamia cf otonis), mate de costa (Canavalia sp.), frijól (Phaseolus sp.), y una planta marantácea indeterminada.
Arroyo del Palo fue habitado, según dos fechados C14, entre los años 1190 y 980 de nuestra era (Tabío y Rey, 1985). Los habitantes de este sitio mantuvieron en algún momento nexos con los aborígenes de la isla de Jamaica, de la cual trajeron un ejemplar de la jutía de Brown (Geocapromys brownii).
Hasta este momento se desconocía la especie que había aportado el hueso para la flauta, por lo cual se realizó un examen de la misma, comparándola con materiales óseos de la colección de referencia del Gabinete de Arqueología (Oficina del Historiador de La Habana) lo cual permitió definir que fue fabricada a partir de la diáfisis de una ulna izquierda de pelicano (Pelecanus spp.). En el hueso se observó la curvatura típica del hueso de esta ave y las cotilas dorsales para la inserción de las plumas secundarias, aún cuando la superficie externa fue rebajada. El rebaje hizo desaparecer, sin embargo, las cotilas ventrales, menos eminentes que las dorsales.
La pieza mide unos 100 mm de largo y 11 mm de diámetro, presentando en la cara posterior dos orificios circulares de 4 mm para los dedos. Alrededor de estos orificios observamos el desgaste producido por los dedos durante la etapa de uso.
Uno de sus extremos esta fracturado, estimándose la longitud original en unos 120 mm. La fractura que presenta esta flauta pudiera ser intencional, con el fin de inutilizar el objeto mágico-religioso cuyo propietario había fallecido. La práctica de inutilizar objetos de los difuntos se conoce en otras culturas aborígenes históricas, por ejemplo, los Calusas del suroeste de la Florida perforaban sus recipientes de concha de Busycon a la muerte del propietario para así matar el espíritu que habitaba en ellos.
Que sepamos, en Las Antillas no se han hallado aerófonos facturados en huesos de aves. Según los arqueólogos Ernesto Tabío y J. M. Guarch, flautas similares se han reportado en sitios aborígenes del sudeste de Virginia, Estados Unidos, asociados a la cultura Woodland, que floreció entre el año 1000 antes de Cristo y el 100 de Cristo. En centro y Sudamérica se conoce del hallazgo de flautas elaboradas a partir de huesos de pelicano (Pelecanus spp.). Estas se encontraron en el sitio Caral, Valle de Supe, en los Andes peruanos, fechado en el tercer milenio antes de Cristo, y en el sitio Sierra (Aguadulce), en Panamá, con cronología entre el año 2 y 222 de Cristo. En este último sitio el hueso utilizado para fabricar la flauta fue un húmero, y, al igual que en Arroyo del Palo, el aerófono estaba asociado a un enterramiento humano. Ninguna de las culturas mencionadas tiene relación con el hombre del sitio Arroyo del Palo, solo hacemos referencia a ellas desde un punto de vista comparativo.
Las flautas acompañaron al hombre antiguo en todo el mundo, las más antiguas proceden del Paleolítico Superior Temprano (Aurignacience) de Francia y Alemania. Aquellas que se sostienen verticalmente, como la de Arroyo del Palo, representan las formas más tempranas. En las culturas más antiguas, estos instrumentos musicales se construían preferentemente de huesos de animales, específicamente de las alas de aves, que resultan muy adecuados para estos fines, porque son ahuecados, delgados y fuertes, lo que posibilitaba perforarlos sin grandes riesgos de fractura. En el Viejo Mundo, comúnmente se usaron para estos fines los huesos de buitres (Gyps fulvus, Aegypius monachus).
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